jueves, 24 de agosto de 2017

Mamá

¿Y cómo se retoma un blog abandonado hace años?
Pues no tengo ni idea, la verdad. Muchas noches como ésta, de insomnio, me lo he preguntado, y solo se me ocurre escribir algo, y ya veremos. Mis antiguos posts son tristes. Este blog me servía de pasatiempo cuando tenía a mi madre enferma, una enfermedad que me absorbió hasta la depresión, y que no sé cómo habría acabado cuando acabó de sufrir ella, de no ser porque me enteré de que estaba embarazada de tres meses.
Mamá empezó a sufrir pequeños ictus que le fueron borrando partes del cerebro. Con cada uno, una lamparita de la cabeza se fundía, y no había recambios para mamá. Después del que hizo nueve, el neurólogo le dio el alta y un beso en la frente. Fue su forma de explicármelo clarito, ya que yo no aceptaba sin más aquél alta médica. Eso fue unos dos años antes de morir, y ya llevábamos tres o cuatro de demencia vascular, no me acuerdo bien.
Poco a poco, aquella almita en pena que había sido siempre mi madre fue cambiando. A veces era como una niña, desvalida y llorona, y a veces una déspota exigente que nos tenía locos a mi padre y a mí.
Aún está todo muy reciente y no tengo ganas de entrar en detalles, y suena a tópico decir que fue muy duro.
A veces mi desesperación me obligaba a hacer locuras, y hace dos primaveras, tras una Navidad que, según el médico de cabecera, ella no iba a superar pero que, por sorpresa, acabó con mamá comiendo gambas, patatas fritas y cocacola... (no contaré los fuegos artificiales de aquella nochevieja pero en mi mente escatológica han quedado grabados para el resto de mi vida), me dio por pintar la casa. Empecé con un pasillo con manchas de humedad, y acabé comprando dos toneles que peleaba por vaciar en techos y paredes cada día cuando salía del trabajo, y fines de semana completos. Me dio una tortícolis, un lumbago, empeoró tanto la artrosis de mis dedos que no podía ni coger una cuchara... y yo me atiborraba de antiinflamatorios y calmantes y p'alante.
Así no me dí cuenta de que no tenía la regla desde vete tú a saber, y al recibir la noticia, todo fueron carreras y viajes a urgencias para descartar un millón de malas posibilidades y peligros, entre los cócteles molotov que había estado tomando y mis cuarenta y cuatro tacos.
A todo esto, aclaro que me enteré un catorce de julio a las nueve de la mañana. Me fui a trabajar en shock, y al día siguiente me iba de viaje de novios con mi recién estrenado marido después de doce años de vivir en pecado según mi madre que ya ni se acordaba de haber dicho eso nunca, ni pudo asistir a la boda, y encima se murió tres días después.
Mi padre la sobrevivió cinco meses justos.  No tuvo fuerzas para esperar que naciera su última nieta, aunque todos sabemos que la adoró sin haberla conocido, la llamaba por su nombre, y contaba en el calendario los días que faltaban para que naciera y así, poder irse con mamá contándole qué carita tenía. Pero como siempre había sido un cagaprisas y no tenía paciencia para nada, pues tampoco la tuvo para esperarse porque la niña se retrasaba en desalojar, y él no veía el momento de irse con su Carmelita.
Y nada, que después de toda una vida juntos,me abandonaron los dos en menos de medio año.
Y nació Marina una fría tarde de febrero, y mi corazón entró en calor de nuevo cuando su papi me puso en los brazos aquella cosita rosada y perfecta que sigo sin comprender cómo pudo crear mi cuerpo viejo, feo y cansado.