miércoles, 28 de enero de 2015

Una jaula y un sombrero


      Cuando sonó el teléfono , Marina acababa de llegar de la calle. Aún no se había quitado el abrigo 
 y en su mano , el sombrero de lana que había comprado en unos grandes almacenes por un 
impulso absurdo , pendía olvidado .
      Se aclaró la voz antes de responder . Era un número desconocido , y eso siempre la hacía pensar 
en las empresas que tenían su currículum . Pero era una mujer la que estaba al otro lado de la línea .        
       Una vecina de su madre . Marina se inquietó . No entendía muy bien las palabras arrastradas de 
aquella mujer que sufría Parkinson . La cortó como pudo , y se dejó caer en el sillón más cercano .
      Esa mañana , en lugar de ir a levantar a su madre , había decidido ir a dar un paseo por la ciudad . 
Estaba cansada . Sus hermanos trabajaban , se divertían , salían con sus familias y amigos , y no se 
acordaban de visitar a su madre más que en fechas señaladas .
      Era Marina , la solterona, la que estaba en paro y sin cobrar , la que se ocupaba de la anciana . 
Esa mañana , mamá había ido a contar a la vecina que se había caído en el baño , y que su hija no 
había estado allí . Lo más probable es que no fuera cierto . Su madre la criticaba constantemente . 
Mentía , a sus vecinos , a sus propios hermanos , y Marina no podía pasarse la vida justificándose . 

Era agotador .       
      Las lágrimas corrían por sus mejillas . El periquito empezó a revolotear en su jaula . Un rayo de 
Sol lo había alegrado , y , piando , reclamó la atención de Marina , que se levantó del sillón 
reparando en que aún sostenía el sombrero gris entre sus dedos . 
      Lo dejó caer  y se acercó a la jaula . Quería huir . Irse lejos . En algún lugar del mundo debía 
haber un hueco para ella . Un trabajo, un nuevo hogar . Nadie la echaría de menos aquí . Quizá París 
o Barcelona , tanto daba . Una punzada de dolor le recordó a su vieja madre , sentada en su piso 
húmedo . Seguro que a estas horas , aún estaba sin desayunar ni vestirse . Cogió la jaula , y la acercó 
a la ventana . Abriendo la portezuela , intentó que el perico saliera volando , a un lugar donde 
pudiese ser feliz , donde no existieran obligaciones ni remordimientos . Solo libertad . Pero el 
pajarito , tras pensárselo unos momentos , saltando desde la mano de ella al alféizar , revoloteó 
ruidosamente hacia dentro de la sala y se posó sobre el sombrero gris .
      Marina , con una triste sonrisa y los ojos húmedos , comprendió . Cerró la ventana , se puso el 
sombrero , y cogió la llave del piso de su madre . Su rostro triste y cansado parecía solo el reflejo del 
que había entrado hacía unos minutos en la casa cuando volvió a salir .

lunes, 12 de enero de 2015

PCL 2... los spoilers continúan


[...] Habíamos llevado pan y embutidos, y cenamos a la luz de las velas. Dormimos en una de las enormes y antiguas camas, y al amanecer, antes de que saliera el Sol estábamos levantados, para visitar la capilla e irnos antes de que nadie se percatara de nuestra presencia, ya que por ahora no nos interesaba.
Pablo introdujo la gran llave en el orificio, la giró, y tuvo que empujar con todas sus fuerzas para abrir la enorme puerta. Habíamos llevado una linterna, y dimos una vuelta alumbrados solo por aquel resplandor. Pablo decidió que su estudio estaría allí, una vez derribado el altar. Y abajo, el laboratorio para investigar.
Bajamos a la cripta, donde se encontraba toda aquella estirpe de apellidos rimbombantes en sus tumbas blancas. Cuando todo hubiera acabado, deberíamos buscar un lugar más apropiado para ellos, donde no molestáramos su sueño eterno, y siendo prácticos, donde no estorbaran las paredes.
Lo primero sería limpiar todo aquello. Y encargar cristaleras nuevas para que no entraran más palomas. Mientras organizábamos, oímos un ruido arriba. Pasos. Alguien había entrado. Nos quedamos en silencio y sin movernos. El corazón se me iba a saltar por la boca.
Una luz nos llegó desde arriba de la escalera. Pablo intentó apagar la linterna, pero le temblaban las manos, y se le escurrió. Al caer rodó sobre sí misma, Pablo la cogió rápidamente, le dio al botón que no era, y se encendió la luz roja parpadeante de emergencia. Al fin dio con el dichoso botón de off y la pudo apagar. Se oyeron pasos rápidos. Creímos que se habían marchado y empezamos a subir lentamente, agarrados al pasamanos. Yo iba delante, y al llegar al último escalón, mi mano tocó algo. Una linterna, la misma con la que nos habían iluminado. La cogí sin pensar, cuando volvimos a oír pasos de alguien que entraba. Nos metimos detrás del altar, pero la linterna que tenía en la mano estaba encendida e iluminaba hacia el techo. Los pasos cesaron, y de golpe volvieron a oírse corriendo hacia fuera. No podíamos quedarnos allí, no queríamos que nos descubrieran, y el sol empezaba a salir ya. Dimos un rodeo pegados a la pared y salimos. Vimos una furgoneta blanca, con un rótulo que decía Vidrios Nordiola. Dos hombres estaban dentro. El del lado del pasajero abrió la puerta, se bajó, manoteó un momento, se subió otra vez al vehículo y salieron a toda prisa, dejando abierta la barrera. Cerramos la puerta de la capilla, nos metimos en el coche y nos fuimos a casa. No tardaríamos en saber quienes eran los extraños silenciosos.      
Al cabo de tres días, una periodista llamó a Pablo. Lo que le dijo lo dejó boquiabierto. Era la presentadora de un programa de la televisión local, que se llamaba «Misterios Isleños». Una mujer, la supervisora de una empresa de trabajo temporal que se dedicaba a la contratación de personas con alguna minusvalía, había recibido la visita de dos jóvenes sordomudos de su plantilla, que ella misma había recomendado como cristaleros para una gran empresa. Los chicos habían ido a decir que no querían volver al lugar donde les habían enviado a trabajar.
Le contaron que a las cinco de la mañana, se habían dirigido a la finca «Sa Torre», en el término de Llucmajor. Les habían encargado tomar medidas para las cristaleras de una capilla. Al llegar, la puerta estaba entornada. Uno de ellos llevaba una linterna, que encendió y colgó del pasamanos de la escalera, dejando a su compañero un momento solo, mientras él volvía a la furgoneta a coger unas herramientas.

Pero el que había quedado dentro, salió corriendo del interior. Por el lenguaje de signos, le dijo que había visto luces, primero blancas, y luego rojas y parpadeantes. Que las lucen venían de la cripta, y que él no volvía a bajar ahí. Se metieron en la furgoneta y huyeron sin mirar atrás. La historia había ido circulando hasta llegar a los productores del programa de misterios. Y buscando en internet y en los archivos de noticias locales, habían encontrado los cómics de Pablo que tenían la «Torre Siniestra» como escenario. Querían saber si les concedía una entrevista para el programa. Ya volvíamos a tener problemas. [...]

viernes, 9 de enero de 2015

Más de treinta mil euros

      Cuando el fiscal de menores recitó la cantidad adeudada , la mujer no lo procesó hasta pasadas unas horas . Treinta y un mil doscientos euros, en concepto de manutención impagados . Diez años , a razón de ciento treinta euros por cada uno de sus niños . En la cama , la mujer se miró los dedos deformados por la artrosis . Esos dedos que no tenían más que cuarenta años , destrozados de fregar , tirar , empujar , levantar , acostar ... sus dedos no se podían recomponer con dinero . Ni sus cervicales , ni su alma .
      La primera vez , hacía ya tantísimo tiempo , que le dijeron que "él" "debía" pagar una manutención a sus hijos , la mujer pensó que solo con no volver a verlo nunca más serían felices .             
      Ella trabajó muy duro, pagó las facturas puntualmente.
      Pidió prestado a los allegados en tan contadas ocasiones , que casi ni lo recordaba . —Aunque seguro que ellos sí , —sonrió hablando a sus dedos.
      Los niños habían crecido con arroz hervido y tomate frito , sopa de caldo con trocitos de pollo , y pizzas precocinadas, que también salían baratas .
      Recordaba al menos dos Navidades sin regalos . Los niños lo habían comprendido perfectamente. Y también la ropa heredada , y los zapatos de bazar chino . Por ahorrar , había calentado la casa en invierno con braseros de carbón maloliente protegidos con sillas . A veces , al llevarlos al colegio , había olido su pelo al darles un beso de despedida , y una punzada de remordimiento le cruzaba unos segundos por la cabeza . Quizá un día le llamaran la atención . Nadie usaba carbón ya . Apestaba .
      Pero los niños nunca se habían quejado .
      Todo había prescrito. El tiempo había pasado tan , tan deprisa ... Ese último juicio , en el que habían sido citados como testigos los tres , y al que "él" no había comparecido ... —¿le pasaría algo esta vez ? —se preguntó. —No, suponía que no , como siempre , o como nunca .
      Esta era la primera vez que caía en la cuenta de que ésos miserables ciento treinta euros mensuales por niño , eran muchísimos euros juntos . Ella había ganado más que eso . Había tenido que trabajar mucho , sí . De cuidadora , de limpiadora , de dependienta , y a veces , combinando unos y otros en un mismo día .
      Ahora ya no lo hacía . Corrían malos tiempos , y había mujeres mucho más jóvenes y fuertes que ella buscando trabajo . A su edad ,con su aspecto cansado ... cada vez iba peor todo . Sus hijos seguían en casa . Sin trabajo el pequeño. Con trabajo esporádico el mayor. Pero buenos , poco sociables , como su madre , ahorradores , sin caprichos . Se definían a sí mismos como "anticonsumistas" , que quedaba muy bien . Sonaba a rebelde , a diferente.
      Pero esa noche, la mujer era consciente por primera vez de cuánto dinero eran treinta y un mil doscientos euros cuando se los nombraba así como lo había hecho el fiscal.
      Se sentía más cansada que nunca en su vida . Demasiado dinero nombrado. Pensaba en cuánta gente debía tener eso solo en ahorros , por si "pasaba algo". También sabía que nunca ese dinero llegaría a sus manos . Solo pensar que habían dicho que era suyo , que le correspondía , le sonaba a chino .
      Pero de haberlo tenido mes a mes , quizá los niños hubiesen tenido algún regalo aquellas primeras Navidades , y muchísimos más cumpleaños , celebrados solo con risas y bizcochos caseros .
      Ella había renunciado a los regalos desde el principio. No quería nada , porque nunca sabía cuándo el valor de un bolso , un libro o un perfume podía ser una factura de teléfono , o una compra del supermercado .
      Más de treinta mil euros que nunca vería , y una vida de penurias que no podían deshacerse . Pero esa noche durmió casi sonriendo . Le sonaba a música , aunque no fuese a cobrarlos nunca . Ahora resultaba que alguien "le debía" más de treinta mil euros , al menos mientras lo quisiera creer ...