martes, 2 de junio de 2015

Fue en los años del hambre

   
En el año 1964, José tenía treinta y siete años, cuatro más que su mujer, y tres hijos de quince, trece y cuatro. Hacía dos que había perdido todos los dientes mientras trabajaba en el turno de noche, en una fábrica de fundición de hierro. Se cayó de cabeza al pozo mientras limpiaban. Un compañero lo salvó de morir quemado vivo al sacarlo por los pies, pero desde que se recuperó, empezó a beber cada día más y más, y en ese año era casi un alcohólico. 

      Cuando acababa su turno en la fábrica, repartía agua por todo el pueblo con un carro y una mula, propiedad de su padre, que tenía siete más. 
      Pero todo ese trabajo no bastaba para dar de comer a su familia. Su mujer, desde los doce o trece, no lo recordaban bien, trabajaba en la fábrica de aceitunas. Todo el año calzaba unas sandalias de goma, que en la fábrica eran útiles, ya que la salmuera corría por los pies de las mujeres salpicándoles hasta los tobillos, pero en los crudos inviernos la mujer se envolvía los pies en papel de periódico antes de salir a la calle con sus sandalias, porque el frío le hacía perder la sensibilidad en los dedos.
      Sobrevivían gracias a la generosidad de una vecina, la dueña del colmado, que les daba a sus hijos pan con manteca y muchos huevos, que en su corral no escaseaban. Los huevos casi habían matado a la niña mayor hacía unos años. Comía tantos que tuvo un ataque de algo y se llenó de ronchas por todo el cuerpo, además de muchísima fiebre.
      Lo de la segunda hija había sido peor. Con ocho años, justo después de la procesión del Corpus, la niña cayó inconsciente al suelo. José, dando empujones a la multitud, se echó a su hija al hombro, se subió a su bicicleta, y la llevó hasta el hospital de Sevilla, a unos treinta kilómetros. La pequeña estaba tan delgada que el padre pensó que la llevaba muerta ya. De hambre. 
      Le hicieron varias transfusiones de sangre y la estabilizaron. Al cabo de unas semanas, la mandaron a casa recomendándole buenos alimentos. Carne, pescado y verdura. De ésos que no aparecían en las cartillas de racionamiento. 
      El último mazazo de José antes de tocar fondo fue la muerte de su hermano, arrastrado por la miseria de la forma más cruel que se pueda imaginar.
      Cada día, José acababa de trabajar y se metía en el bar a beber hasta que no podía más, hasta que tenía que arrastrarse a su casa y sus hijos ayudarlo a subir y meterlo en la cama. Así no tenía tiempo de pensar, pero la mañana llegaba, y la realidad le volvía a golpear, un día tras otro. 
      A final de semana cobraba en la fábrica, y después de pagar todas las rondas que debía, volvía a casa avergonzado y con los bolsillos vacíos, donde su mujer lloraba sin consuelo y le gritaba que era un borracho. 
      Un cuñado de José, un buen hombre al que quería como un hermano, había emigrado a la isla de Mallorca hacía un año, cuando al fin recibió noticias de él. Le decía que le esperaba. Que allí había futuro. Que le mandaba el billete de barco y lo esperaba con los brazos abiertos.
      —«Vente Pepe, que aquí no hay miseria».
      El hombre no escuchó a nadie más ni hizo caso a los llantos ni las súplicas de su familia. Soñaba cada noche con aquella frase de Paco, y su cuñado era un hombre cabal. Si él lo decía tenía que ser verdad.
      El padre de José había sido conductor de tren, así que el viaje hasta Valencia también lo tenía pagado. Con ayuda de su mujer y las niñas, buscaron un cartón grande y duro, y lo convirtieron en una maleta, que cerraron atándola con cordeles.
      El día de la partida los llantos y las súplicas arreciaron, pero el hombre prefería cualquier cosa, hasta ese drama que le estaba partiendo el alma, antes de ver día a día cómo iban a morir de hambre y miseria, así que no se doblegó, como no volvería a hacerlo jamás durante el resto de su vida. Llevaba el dinero que su madre le pudo dar para comprar uno o dos bocadillos durante el viaje, dos mudas de ropa, y un corazón roto. Nada más. 

(continuará...)
      
      

Desde la última vez ...

     
La última entrada del blog es de hace meses . En este tiempo han pasado muchas cosas , algunas buenas y otras no tanto , como en el día a día de todos . La verdad es que estar en paro es algo que me da muchísimo trabajo . En febrero me volví a encontrar ante la horrible fachada del edificio maldito , rellenando los malditos formularios para cobrar la maldita miseria que no llega ni al importe de una ayuda familiar . 
      No voy a ponerme ahora a debatir sobre si eso debe ser normal o no, lo tomas o lo tomas , apechugas, y llegas a casa bajando un poco el termostato del calentador de agua, guardando en el trastero radiadores hasta dejar los imprescindibles, y diciendo a los presentes que usen menos papel higiénico y que los refrescos , para el fin de semana . Total para nada . En cuanto cobras , los recibos se lo comen todo , si es que el banco no lleva ya diez días avisando de que estás en números rojos . 
      Mi ultima entrada en este blog la titulé "La jaula y el sombrero", y era una entrada triste , una redacción para un taller que sigo , y que sin darme cuenta personalicé porque era lo que ocupaba mi mente en ese momento . 
      No me imaginaba yo en ese momento que la situación con mi madre empeoraría tanto en tan poco tiempo. Sufrió una embolia , y perdió totalmente la cabeza , con lo cual , si ahora encontrara un nuevo trabajo basura debería decidir por primera vez en estos dos últimos años si vale la pena . 
      También han pasado cosas buenas. La gente que lee mi novela sigue diciéndome que les ha encantado, y que esperan la próxima . Y lo mejor es que la editorial Nova Casa me ha comprado los derechos para publicarla en catalán , con lo cual no puedo estar más feliz en este sentido . ¡Si solo pudiera vivir de escribir, no necesitaría nada más!
      Es triste ser pobre , pero mucho más serlo sabiendo que podría haber sido mucho más llevadero . Al cabo de quince años , la fiscalía de menores encontró entre sus montañas de basura insignificante las denuncias por impago de pensión del padre de mis hijos . También por ese lado fue un comienzo de año muy duro . Otro juicio, aunque solo nos citaran como testigos la incomparecencia ya habitual del susodicho, el mazazo de escuchar a cuánto asciende la deuda , y el remate de que digan que lo han investigado y el acusado tiene medios más que suficientes para hacer frente al pago. Y nosotros quince años malviviendo por su culpa, conmigo trabajando en dos sitios a la vez y sin ver a mis niños más que para regañarles por dejar las luces encendidas. 
      Ahora todo eso pasó. Ya no existen aquellos niños. Son dos adultos alegres y responsables , resentidos con su padre, claro , que aún nos vemos nosotros en juicios y él ni para eso se inmuta . Y que no pagará, también lo sabemos . Antes irá a la cárcel . Pero él se perdió tantas cosas, que ningún dinero del mundo le devolvería . 
      Y si yo me he perdido cosas de la vida , como tener amigos , salir, reír incluso, me da lo mismo . Porque yo no abandoné nunca , luché , lloré , trabajé hasta perder la salud y las fuerzas , pero hoy estoy aquí con ellos , lo seguiré estando para siempre , y eso es lo único que importa . 
      Y que mi madre siga dando guerra e impidiéndome escribir a gusto durante mucho tiempo más .