Cuando sonó el teléfono , Marina acababa de llegar de la calle. Aún no se había quitado el abrigo
y en su mano , el sombrero de lana que había comprado en unos grandes almacenes por un
impulso absurdo , pendía olvidado .
Se aclaró la voz antes de responder . Era un número desconocido , y eso siempre la hacía pensar
en las empresas que tenían su currículum . Pero era una mujer la que estaba al otro lado de la línea .
Una vecina de su madre . Marina se inquietó . No entendía muy bien las palabras arrastradas de
aquella mujer que sufría Parkinson . La cortó como pudo , y se dejó caer en el sillón más cercano .
Esa mañana , en lugar de ir a levantar a su madre , había decidido ir a dar un paseo por la ciudad .
Estaba cansada . Sus hermanos trabajaban , se divertían , salían con sus familias y amigos , y no se
acordaban de visitar a su madre más que en fechas señaladas .
Era Marina , la solterona, la que estaba en paro y sin cobrar , la que se ocupaba de la anciana .
Esa mañana , mamá había ido a contar a la vecina que se había caído en el baño , y que su hija no
había estado allí . Lo más probable es que no fuera cierto . Su madre la criticaba constantemente .
Mentía , a sus vecinos , a sus propios hermanos , y Marina no podía pasarse la vida justificándose .
Era agotador .
Era agotador .
Las lágrimas corrían por sus mejillas . El periquito empezó a revolotear en su jaula . Un rayo de
Sol lo había alegrado , y , piando , reclamó la atención de Marina , que se levantó del sillón
reparando en que aún sostenía el sombrero gris entre sus dedos .
Lo dejó caer y se acercó a la jaula . Quería huir . Irse lejos . En algún lugar del mundo debía
haber un hueco para ella . Un trabajo, un nuevo hogar . Nadie la echaría de menos aquí . Quizá París
o Barcelona , tanto daba . Una punzada de dolor le recordó a su vieja madre , sentada en su piso
húmedo . Seguro que a estas horas , aún estaba sin desayunar ni vestirse . Cogió la jaula , y la acercó
a la ventana . Abriendo la portezuela , intentó que el perico saliera volando , a un lugar donde
pudiese ser feliz , donde no existieran obligaciones ni remordimientos . Solo libertad . Pero el
pajarito , tras pensárselo unos momentos , saltando desde la mano de ella al alféizar , revoloteó
ruidosamente hacia dentro de la sala y se posó sobre el sombrero gris .
Marina , con una triste sonrisa y los ojos húmedos , comprendió . Cerró la ventana , se puso el
sombrero , y cogió la llave del piso de su madre . Su rostro triste y cansado parecía solo el reflejo del
que había entrado hacía unos minutos en la casa cuando volvió a salir .
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