Cuatro
mujeres se preparaban al atardecer para la gran ceremonia . Eran las
sacerdotisas del templo dedicado a la Diosa Blanca , la Luna . El
templo, un Talayot situado en lo alto de una colina , era un lugar de
culto privilegiado, desde donde se divisaba gran parte de la isla .
Abajo,
en el poblado, se realizaban también los preparativos. En una lengua
desconocida para nosotros , un joven interrogaba a su padre
con el miedo en los ojos, y éste respondía vagamente, sin atreverse
a levantar la vista hacia él.
-Padre,
dime qué va a ocurrir. Nadie tiene porqué saber que me lo has
contado, pero no quiero subir ahí sin saberlo, por favor…
-Es
imposible, hijo. Y al regresar, tú tampoco contarás jamás lo que
ha ocurrido. Quizá el próximo elegido sea un hijo tuyo, quién
sabe… pero es el ritual secreto. La Diosa Luna pide, las
sacerdotisas nos transmiten la petición , y entre todos, cumplimos
los deseos de la Diosa .
El
segundo escogido, que se había levantado a escuchar, se acercó:
-Dicen
que alguna vez no han regresado... alguno de los tres elegidos, o
ninguno. No podéis pedirnos que no temamos. ¡Somos nosotros los que
subiremos ahí, no los demás!
Su
madre le cogió de los hombros, zarandeandole suavemente en un gesto
que quería ser tranquilizador :
-Hijos,
no sigáis tentando a la suerte quejándoos como niños por haber
sido elegidos. No ocurrirá nada malo. Lo malo sería rebelarse...
Fuera,
el bosque de encinas se extendía ante el poblado, en ascenso hacia
la pequeña montaña donde se levantaba el Templo. Los árboles
habían sido adornados para la celebración con cintas de colores, y
el camino se hallaba iluminado por pequeñas teas a los lados para
acompañar al cortejo hasta el punto de encuentro, donde las
sacerdotisas se harían cargo de ellos. Los aldeanos cantaban y
bailaban , festejando que hubiese llegado el día de la ceremonia de
la Fecundidad. Pronto caería la noche, y los tres jóvenes, como era
costumbre, fueron vestidos con túnicas blancas nuevas. De su cuello
colgaban tiras del mismo tejido, y habían sido bañados en agua
perfumada de albahaca, romero y lavanda . La gente volvió la mirada
hacia ellos y sus padres, que ahora salían de la casa , y todos
juntos emprendieron el camino.
En
un claro iluminado por más teas, se encontraban las sacerdotisas
esperando. Vestían también de blanco, ocultando sus rostros
sagrados bajo un velo de gasa sujeto por una cinta sobre la frente.
Nadie debía mirarlas a los ojos, de igual modo que ellas tampoco
podían fijar su mirada en nadie. Se decía que los ojos de las
sacerdotisas eran blancos, y que quienes por curiosidad, espiando o
por algún encuentro fortuito en el bosque los habían visto, habían
muerto de espanto tras contarlo. Por eso llevaban el rostro cubierto.
A
un movimiento de la mano de Lucida , la Gran Sacerdotisa , los jóvenes
alargaron a sus padres el trapo que pendía de sus cuellos, y éstos
les vendaron los ojos. El miedo se iba apoderando de los muchachos, a
los que les habían advertido que cualquier intento de rebelarse
podía ser castigado duramente .
Los
aldeanos guardaban ahora un silencio reverencial. Era el día que la
Diosa Luna había escogido para concebir una nueva sacerdotisa . Los
escogidos estaban obligados a guardar silencio por el resto de sus
vidas sobre lo que ocurriera aquella noche de luna creciente. En caso
contrario, la Diosa Luna , protectora de su tribu, podía castigarlos
con su ausencia , lo que impediría que el pelo y vello les creciera ,
y acabarían expuestas sus cabezas, brazos y piernas, al sol
abrasador del verano y al frío del invierno, las cosechas no
crecerían en los campos, al no saber cuándo era el ciclo correcto
para poder sembrar, los animales enfermarían de hambre al no poder
cazar en las noches sin luz , y también afectaría al ciclo menstrual
de las mujeres, privándoles de la fecundidad, con lo cual su tribu
acabaría por extinguirse, ya fuera por una desgracia u otra .
Desde
el Templo, las sacerdotisas eran las encargadas de velar por la buena
relación entre la tribu y su Diosa , y a ellas debían venerar,
alimentar y obedecer. De todos los rituales, el de la Concepción era
el más sagrado, el más importante, y solo ellas sabían cuántas
cosechas transcurrirían entre uno y el siguiente . A veces eran
quince , a veces veinte , y alguna vez, les había sorprendido la orden
de elegir a suertes a tres jóvenes varones con solo dos cosechas de
diferencia .
Las
sacerdotisas no rendían cuentas al pueblo de ninguno de sus actos.
Eran las matriarcas, las protectoras, las que ordenaban lo que debía
hacerse en cualquier situación , y a quienes se acudía en busca de
ayuda , consuelo o justicia , y por tanto, no informaban de la
sustitución , de la muerte de una de ellas, o del nacimiento de las
nuevas, que durante toda su infancia y hasta el momento de sustituir
a una antecesora se hallaban recluídas en el Santuario, lejos de la
vista de los aldeanos. A veces, hasta la falda del monte, el viento
les hacía llegar las risas de aquellas niñas, semidiosas sin
rostro, lo cual se consideraba señal de buena suerte para quienes
las oyeran , eso sí, evitando levantar la vista hacia la procedencia
del sonido, para no tentar a la suerte al ver fugazmente el rostro de
alguna de ellas .
Aún
así, algunos hombres no podían evitar sentir un estremecimiento. En
cambio las mujeres jóvenes , que ignoraban por completo todo lo relacionado
con la Ceremonia de la Concepción , se preguntaban antes de dormir si
todas serían tan bellas como la misma Luna, que era lo que las
madres contaban a las pequeñas aldeanas, al educarlas en la
ancestral creencia y fe ciega en sus protectoras las sacerdotisas .
El
monte donde se erigía el Templo estaba vedado a cualquier humano
desde la mitad de la ascensión , donde una muralla hecha con piedras
de enormes dimensiones lo circundaba desde tiempos inmemoriales . Solo
traspasaban el dintel los elegidos para el ritual, y siempre con los
ojos vendados.
Las
sacerdotisas esperaron sin hacer ni un solo movimiento a que el
cortejo hubiera descendido lo suficiente como para ni siquiera oír
sus pisadas. Entonces Lucida asió por el brazo a uno de los hombres,
que al contacto inesperado de aquella mano helada estuvo a punto de
gritar. Las demás la imitaron , conduciéndoles camino arriba hacia
el patio central del Templo, donde los maniataron por la espalda a
los troncos de tres encinas .
El
ritual estaba a punto de empezar. Una pila de piedra calcárea llena
de agua hasta el borde reflejaba la Luna . Las sacerdotisas la
rodearon y comenzaron recitando una oración, pidiendo a la Diosa que
los elegidos fueran fecundos y su semilla femenina . Después se
dirigieron a ellos, y sin desatarlos los despojaron de las túnicas.
Tres de las sacerdotisas habían llenado sendos cuencos del agua en
la que ahora se encontraba la misma Diosa , y los acercaron a los
labios de los hombres, instándolos a beber con voz carente de
expresión, lo cual hacía que los jóvenes se sintieran cada vez más
asustados. Al comprobar que no era más que agua , uno tras otro
apuraron los cuencos, aunque algunas gotas se derramaron de la boca
del más joven, que temblaba de pies a cabeza pese a la noche cálida .
Lucida tomó aquello como un mal presagio, aunque no fatal . A veces
ocurría .
Las
sacerdotisas ahora la miraban a ella , y a una señal de asentimiento,
se acercaron a los hombres atados y desnudos, y empezaron a masajear
sus penes. Ninguna emoción se reflejaba en los rostros de aquellas
mujeres prehistóricas mientras llevaban a cabo el cometido. Dos
jóvenes, sorprendidos, asustados, acabaron por sucumbir uno tras
otro. En el momento preciso, Lucida recogió la semilla de cada uno
de ellos en un pequeño recipiente donde se mezclaron. Pero el
tercer varón , el mismo que había derramado el agua , estaba tan
aterrorizado que no conseguía más que temblar, por más que la
sacerdotisa lo intentara . A un gesto de Lucida , se apartó. La gran
sacerdotisa sacó de su cinto un pequeño puñal y habló. Su voz era
profunda :
-El
elegido rechaza ofrecer su semilla a la Luna , y la Luna está
enojada . Si no hay semilla para la Diosa , no la habrá para una mujer
terrena .
Dicho
esto, con mano firme y sabia cogió los genitales del joven, y el
afilado puñal cortó limpiamente. El grito se oyó desde la aldea , y
las madres de los jóvenes, horrorizadas, se taparon los oídos
llorando, abrazadas por sus esposos. Algo había salido mal.
El
hombre había perdido el conocimiento, y por sus muslos corría la
sangre a borbotones. Las sacerdotisas lo desataron y, una vez tumbado
en el suelo, cauterizaron la herida con el extremo encendido de una
tea . Lo sujetaban entre todas, pero el joven había recobrado el
conocimiento gritando hasta romperse la garganta . Jamás volvería a
salir sonido alguno de ella . El dolor inhumano le devolvió a las
tinieblas de la inconsciencia .
La
primera parte del ritual estaba concluída .
Las
sacerdotisas se dirigieron al interior del templo precedidas por
Lucida . Ésta , tras bendecirlas con agua de la pila donde se hallaba
la Diosa Luna , les indicó que se tumbaran en sus camastros, y las
inseminó con el contenido del recipiente. Las mujeres permanecerían
acostadas sin moverse hasta la salida del sol para favorecer la
concepción, con las piernas apretadas conteniendo la semilla
masculina .
La
gran Sacerdotisa salió al exterior, contempló la luna creciente
dirigiendo a Ella una última invocación, desató a los dos hombres,
les acercó las túnicas, y advirtiéndoles de que jamás contarían
nada de lo que allí había ocurrido, les ordenó quitarse las vendas
de los ojos sin levantar la cabeza . Los jóvenes temblaban
aterrorizados, y más al ver a su amigo allí, tumbado inerte en un
charco de sangre . Uno de ellos vió el trozo de carne junto a él y
ahogó un grito. Lucida les ordenó que lo levantaran y emprendieran
la bajada delante de ella .
Obedecieron
con la cabeza baja , cargando al joven que jamás volvería a
pronunciar una palabra, sin saber si estaba vivo o muerto, y sin
atreverse a mirar la voz autoritaria que les aseguró que la Diosa
los había bendecido a ellos y sus familias por su “ofrenda”, y
tras recordarles que la desgracia caería sobre la tribu entera si
hacían cualquier comentario sobre el ritual sagrado, los despidió
volviendo a subir hacia el templo.
Las
familias los esperaban ya . Los padres del herido lo llevaron a casa
entre lamentos, pero nadie se atrevió a pronunciar palabra . Nadie,
ningún aldeano, salió esta vez de sus hogares. Habían escuchados
los gritos, y sabían que no se preguntaba , que era mejor no saber …
Los
otros dos jóvenes no durmieron aquella noche, ni las que vendrían
durante semanas. Las pesadillas volverían a atormentarlos durante el
resto de sus vidas. Pero ellos, afortunados, podrían casarse y
concebir hijos. Su amigo enloqueció, y tuvo que ser confinado en el
establo donde, atado por un grillete a su tobillo, atacaba con uñas
y dientes a quienes intentaban acercarse para curar su herida
gangrenada, que hedía y supuraba pus donde las moscas posaban sus
larvas para alimentarse. La muerte se apiadó de él tras un largo
año de agonía .
Unos
meses más tarde, dos de las sacerdotisas se hallaban en estado. La
primera en nacer fue una niña , acontecimiento que fue festejado con
todo tipo de ofrendas florales, cánticos y risas de todas las
habitantes del templo. Desde abajo, en el poblado, se supuso cuál
era el motivo de la algarabía , y se alegraron. Era señal de buena
suerte para todos.
Lo
que nunca sabrían es que el segundo en nacer fue varón. Como todas
las veces que esto ocurría , el niño fue asfixiado nada más nacer,
y su cuerpo entregado a la Diosa en luna llena , en una pira funeraria
rodeada de flores blancas.
Estas
cosas ocurrieron antes de existir la palabra escrita . Las
Sacerdotisas de la Luna , miles de años más tarde recibirían otros
nombres, se convertirían en brujas, y sus comunidades en las llamadas Aquelarres. Después de veneradas, serían quemadas vivas, y más tarde, consiguieron que la gente creyera que nunca habían existido. Pero jamás desaparecieron .