martes, 30 de julio de 2013

Linda

   

      Linda nació ya con mala estrella. Por algún motivo, su mamá, a las pocas horas de nacer los pequeños, creyó que una de ellas estaba muerta. La cogió, y la llevó a algún rincón del edificio que antiguamente había sido una fábrica, y que ahora era el hogar de la perra y sus primeros y últimos cachorros.
      La hija del dueño del edificio y de la perra, al volver a visitar a los recién nacidos, creyó que algo no cuadraba. El día anterior había cinco perritos, y ahora solo cuatro. Se pasó un buen rato recontando y rebuscando, pero no dio con la perrita, ni siquiera bajo el cuerpo de la madre. Cuando ya se iba, en el patio, detrás de la vieja y polvorienta cisterna llena de telarañas y cagarrutas de ratón, oyó un gemido. Al acercarse, vio a Linda allí. Con muchísimo cuidado, la cogió, fría y casi muerta, y la llevó a enseñársela a su mamá. Ésta, tras la sorpresa, empezó a lamerla y le ofreció el lugar que le correspondía entre sus demás hijos. El susto había pasado.
      El dueño del destartalado edificio era un anciano algo cascarrabias, que siempre había tenido perros. Su hija tuvo que ayudarle a encontrar quien los adoptara. Todos, menos una: Linda. Ella creció junto a su mamá en casa. los dos primeros años fueron muy felices juntas. Su dueño las sacaba a pasear, venían visitas, y Linda, cariñosa y alocada, se lanzaba a los brazos de todos los que la querían. Eso sí, era una digna pastora alemana, y ningún desconocido hubiera osado entrar en "su hogar" a riesgo de perder al menos una mano. Al tercer año, el anciano empezó a dar muestras de cansancio. Cada día sacaba menos a las perras a pasear, si llovía, si hacía frío, si hacía demasiada calor...
      Y como la madre también era una perra anciana, pronto se resintió. Las visitas al veterinario eran caras y tediosas, la familia del hombre no podía hacerse cargo por cientos de motivos... Un día, el viejo, tras una consulta veterinaria en la cual le dijeron que la perra padecía de artrosis y debía ser medicada de por vida, la regaló sin consultar con nadie. Nunca se supo dónde fue a parar la mamá de Linda.
      Durante unos meses, la perra estuvo triste esperando a su madre. Poco a poco la olvidó; se supone. Ella nunca pudo decirlo. El anciano, cada vez más enfermo del corazón y las piernas, poco a poco fue espaciando las salidas con la perrita. Le llevaba comida, que le dejaba en una olla mugrienta en medio del patio. Allí mismo, bajo un grifo, en un barreño lleno de algas y larvas de mosquitos, Linda tenía su agua para beber. Los paseos se convirtieron en algo esporádico. Y claro, una perra sin salir, sigue teniendo sus necesidades, que hacía en cualquier sitio, uno distinto cada vez.
      Se hizo amiga de los ratones, que compartían el pienso con ella, y calentaban su lomo cuando en el frío invierno una manta llena de polvo, pulgas y chinches le servía de manta. El hombre se enfadaba con la perra, y le metía el hocico en las cacas, lo cual ella no comprendía. A veces, la hija iba a sacar a pasear a Linda, cuando su padre llevaba unos días sin poder ir debido a sus achaques. Ella limpiaba las cacas, echaba agua y lejía en el patio (el sumidero era el único "vater" permitido), lavaba la olla del pienso, y se quejaba a su padre de que no regalara la perra a alguien que tuviera un lugar más acogedor para la pobre. Pero el hombre, egoísta, no quería oír ni hablar del tema. Por lo cual, y para no oír más quejas, cerró las puertas del edificio y dejó a la perra confinada en el patio. Día tras día, en invierno y verano, de día y de noche. La hija, que vivía cerca, pero tenía una montaña de cargas en casa que no le permitían estar más pendiente de la perra, algunas noches escuchaba a Linda llorar, y se le encogía el corazón.
      La pobre perra, era tan agradecida, que en cuanto algún familiar, sobre todo su amo, llegaba a visitarla, se volvía loca haciendo piruetas, dando saltos y ladrando tan fuerte que los oídos zumbaban. Jamás una queja, ni un reproche.
      Estaba secuestrada en su propia casa. En un lugar infecto, que la mantenía tan sucia, que por mucho que la quisieran no podían dejar que se les encaramara a hacer carantoñas y lamerlos sin que luego fuera necesario ducharse dos veces para deshacerse del fuerte olor.
   
      Habían pasado ya quince años desde que aquella preciosa perra casi fue dada por muerta por su mamá justo después de nacer. Ojalá nadie la hubiera oído gemir. El zulo donde la perra se hallaba confinada, se volvía más y más viejo y descuidado, casi al borde de la ruina. Linda y su amo también envejecían.
      Un día, la hija fue a darle de comer y limpiar el patio, sospechando que su padre llevaba días sin hacerlo, con sus ropas más viejas y unas botas de agua. Linda no salió a recibirla. La encontró bajo una vieja máquina, que ya nadie recordaba para qué había servido. Tenía los ojos llorosos, y no quería caminar. Ni siquiera se acercó a la comida. Solo se dejó acariciar con un llanto bajito que rompía el corazón.
      La hija fue a avisar a su padre. Pero éste, por toda respuesta dijo que Linda era una caprichosa que no quería pienso, y también que la perra había perdido las muelas y le costaba masticar. Nada más.
      El hombre se negó a gastar más dinero en el veterinario, ni tampoco a que su hija lo hiciera. Pasados unos meses, un día, el anciano dijo que la perra el día anterior se había puesto muy mala, que la había llevado al veterinario, y que éste le dijo que podía irse, que la sacrificaría y se haría cargo del cuerpo.
      Nunca se sabrá si en realidad fue así.
      Esta es la triste historia de Linda, una preciosa perra que sabía dar la manita, hacer la croqueta y comía caramelos. Pero que jamás corrió por el campo. Ni tuvo amigos de su especie. Ni ladró al sol ni supo lo que era el calor de una familia.
      Espero que más allá del arcoiris, exista un hermoso lugar para los perros y los gatos que, como Linda, jamás supieron lo bonito que puede ser el mundo junto a los humanos que deben ser responsables de ellos como si de sus propios hijos se tratara.

      Te quiero, Linda. Estés donde estés, espero volver a verte algún día. Te llevaré caramelos y dejaré que me llenes de babas, te lo prometo.

viernes, 26 de julio de 2013

La Termomix y el Mercadona

   
Mientras hoy leo en un titular de periódico que en las islas Baleares hay 360000 familias con todos sus miembros sin trabajo según las cifras de este último mes de junio, por otro lado oigo una conversación. La cosa va sobre la famosa Termomix. Una olla eléctrica de mil euritos, que según cuentan hace maravillas gastronómicas.
      Me quedo pensando en la obscenidad del contraste. Hay quién (como yo), con 800 euros debemos llegar a fin de mes, poniendo en la mesa lo que nos ofrece la señora Mercadona, siempre a los mejores precios, y vaya usted a saber con qué consecuencias futuras sobre nuestra salud. O esperando a las carnes y verduras a punto de caducar que ofrece Eroski "last minute" al 50% de su precio. Todo es válido en la contrarreloj del mes a mes.
      Y sin quejarse, que solo hay que leer los titulares para comprobar que los hay que están aún peor. Que ya no hace falta recurrir a las noticias internacionales, ni a las historias de "los años del hambre" de nuestros padres, para sufrir en nuestras propias carnes y las de nuestros conocidos los dramáticos día a día que no salen en el periódico.
      Me cuenta una conocida, con dos hijos de corta edad, que los dos están enfermos con fiebre, en plena ola de calor, y que en el PAC de su pueblo no los han querido atender porque su padre, a cargo del cual estaban los niños como beneficiarios, ha acabado todos los recursos del paro y le ha sido retirada la tarjeta sanitaria. Sin avisar. Y hasta que no los cambien a la cartilla de su madre, los médicos de urgencias se niegan a atenderlos. Para más INRI, en las farmacias se niegan a venderle (pagando), antibióticos sin receta médica...
      ¿No leí que la reforma sanitaria no afectaría más que a ciertos sectores de la población, y que los niños y embarazadas, mas cualquier urgencia, no se verían afectados?
      ¿Por qué no se habla sobre esto en las noticias?
      Mientras, otro sector de la población, sigue comprando Termomixes, con el dinero de las cuales podría comer una familia entera durante un mes, y calentando más el ambiente con los aires acondicionados las veinticuatro horas al día "porque no soportan el calor". Que soporten el que generan los motores de sus aparatos los pobres que van a pie por la calle, los que trabajan al sol (si tienen la suerte de trabajar).
      Todo lo que escribo hoy, en esta noche de bochorno en la que mi ventilador de quince años no me deja conciliar el sueño con sus quejidos artríticos, son hechos reales y cercanos.
      Conocí a una sudamericana que limpiaba casas y cuidaba ancianos. Sus manos, parecidas a las mías, aunque, por suerte para ella, sin mis dedos deformados y rígidos por la artrosis, tenían la piel áspera y reseca cuando me daba las monedas de la barra de pan para la cena. Sus uñas rotas y los dedos y pies hinchados, cansados del duro jornal. Por cosas de la vida, un rico cincuentón se enamoró de ella, me alegro de corazón.
      Lo que me entristeció, después de un año sin verla, fue la diferencia de su trato hacia mí, la cajera. Con unas largas uñas postizas, por lo visto de moda ahora, una horterada de colores y brillantines, va señalando a su flamante marido los productos que él debe meter en el carro. Y al llegar a mi caja a pagar, me da la espalda, sin saludar, mientra él saca la visa oro y cuando ya ha pagado, ella le recuerda que debe recargar 50 euros al "selular" de su mami, día sí día también.
      Hasta que no pasa un rato, no se me quita el amargo sabor de boca de su desprecio.
      Me cuenta mi hijo que a un amigo suyo le han robado el móvil de 500 euros. ¿Por qué un chaval de diecisiete años sin trabajo, con su madre en paro, tenía un móvil de 500 euros?
      Otros, con las mismas edades, tienen trabajos eventuales, de cuyo salario no entregan en casa ni un duro, mientras sus padres están cobrando el subsidio de desempleo. Se lo gastan todo en juergas, móviles y consolas.

      ¡Qué fácil es dar la culpa de todo a la corrupción política, al Gobierno, a la Casa Real y demás mindongas!
      La verdad es que el español es un pueblo descerebrado sin remedio, que no aprende, y que solo quiere que la crisis bancaria se solucione para volver a obtener créditos a cincuenta años para seguir viviendo por encima de NUESTRAS posibilidades sin pensar ni en los que vendrán detrás, ni en los que no hemos hecho nada para merecer esto. Si, me incluyo. No tengo hipoteca, no tengo casa, ni siquiera podría pagar un alquiler.
      Todo lo que nos pase lo tendremos bien merecido.