miércoles, 26 de junio de 2013

Escribir

     

Tengo cuarenta y dos años, y me gusta escribir. Escribir es encadenar palabras, unas a otras, formando una cadena que se espera que sea más o menos coherente. Lo cual no significa, que de esa coherencia salga un cuento, relato o novela. Simplemente, encadenar palabras. Tras dos experiencias vitales largas y dolorosas, estoy en condiciones de decir que el sufrimiento no nos hace más fuertes, no nos ilumina, y no nos ayuda en nada de cara a la vida que nos queda por delante. Tampoco haber sufrido sirve para escribir buenas historias autobiográficas. Al contrario. Quien dice que hay que escribir basándose en sus propias experiencias, recreando personajes inspirados en la vida real del que escribe, se pasará más horas recalentándose los sesos al intentar separar la realidad de la ficción, alejando los recuerdos que le asaltarán deprimiéndole y bloqueando la mente a todo lo que no sea el pasado, que el proceso de escribir se convertirá en una experiencia lenta y dolorosa.
      Así que admiro profundamente a quienes son capaces de hacerlo. De escribir recreándose en sí mismos, su vida y milagros. Yo no puedo hacerlo. Ni me da la gana intentarlo.
      Hace poco, imitando a la persona más tenaz, valiente y tolerante a las frustraciones que se puede tener como compañero, decidí que en vez de lamentarme por no haber tenido las mismas oportunidades en la vida que él para vivir una vida satisfactoria, iba a intentarlo.
      Estoy trabajando y buscando trabajo en lo que realmente me gusta. He decidido olvidar que yo tenía otra profesión, a la que llegué a odiar por sentirme vacía, frustrada y agobiada. Gracias a Dios, la crisis y el paro me han ayudado a salir de ese infierno. Debo ser la única española agradecida con la situación... y si le ha pasado a alguien más, no creo que se atreva a decirlo. Yo estoy luchando cada día contra eso. La hipocresía, el qué dirán si digo esto, qué pensarán de mí sabiendo que ahora me dedico a escribir.
      Hace años, siglos, estas reflexiones se hacían por carta. Dos interlocutores, uno consolador y otro consolado, mantenían largas correspondencias en las que de vez en cuando, uno de ellos escribía una frase lapidaria, o esperanzadora, o iluminada.
      En mi caso, mi correspondencia se pierde en la red. He perdido muchas partes importantes de conversaciones que han ido cambiando mi vida, al no haber sido consciente de ello hasta hace poco.
      Y al empezar a escribir, lo que más me ha ayudado a seguir, ha sido comprobar que los que me critican, los que murmuran, los que envidian mi nueva vida (sin saber nada sobre ella), no leen un libro ni por error. Suelen ser los adictos al "gran hermano", los gallineros de telecinco y los partidos de fútbol. No me siento mejor que ellos. Solo soy diferente. Por lo cual, he decidido que esas personas no están capacitadas para juzgarme, como yo no puedo juzgarles a ellos, ya que desconozco los mecanismos intelectuales que los motivan a vivir su vida, como ellos desconocen los míos.
      Quizás vuelvan para mí los malos tiempos. Podría ser que nuestra forma de vivir y de buscarnos la vida fracasara, y tuviéramos que entrar en el mundo de los engranajes sociales establecidos por un sector de la población como "correctos". Si ese día llega, no agacharé la cabeza ni me sentiré estúpida por haber intentado vivir de acuerdo a lo que desde siempre mi cabeza me pedía a gritos.
      Recordaré a Mary Shelley, a Emily Brönte, a Poe, a Bécquer, y a tantos otros que tampoco lo consiguieron...


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