lunes, 6 de mayo de 2013

La verdadera historia del Puto Científico Loco 1


LA VERDADERA HISTORIA DEL PUTO CIENTIFICO LOCO,  
( ANTES CONOCIDO COMO PAU)                                                             

1
UN DIA DE VERANO


     El verano pasado hice un crucero por las Islas Baleares a bordo del velero de unos amigos. Una mañana recalamos en una pequeña y preciosa cala virgen de Mallorca, de la cual desconozco el nombre. La playa era una pequeña lengua de arena blanca de forma casi triangular. Cuando hube nadado un rato, me tumbé en la arena y ví algo que llamó mi atención. En el ángulo más alejado al agua había una abertura donde la roca y la arena se unían. Escarbé un poco con las manos, y para mi sorpresa, allí dentro había una cueva. Mis amigos y yo nos animamos a escarbar más y más, hasta que el sol nos quemó la espalda y el agujero fue lo bastante grande como para que cupiese una persona. Alejandro y yo entramos. De dentro afuera, el espectáculo nos dejó mudos, era una visión de belleza indescriptible. Enmarcado por el círculo negro de la boca que acabábamos de abrir, se veía la arena blanquísima y el agua color turquesa, que relucían bajo los destellos del sol. Estuvimos un par de minutos embobados hasta que nos acostumbramos a la penumbra, y empezamos a mirar alrededor.
     Estábamos sentados sobre una roca grande y plana, totalmente seca. De repente, vi un ratoncillo, que salió corriendo y se adentró en una rendija a lo lejos. Me puse de rodillas y gateé hacia donde se había dirigido. Era muy pequeño, y aún más la rendija de arena. Seguro que escarbando, la gruta debía adentrarse más y más hacia Dios sabe dónde. Al retroceder, me apoyé hacia atrás, mi mano tocó algo húmedo y la retiré con un gritito. Era un plástico. Lo palpé, y noté que dentro había algo, como un libro. Lo cogí, y con él en la mano salimos de la cueva, apremiados por las llamadas de nuestros amigos que se estaban empezando a preocupar. Ya era hora de marcharnos; en otra cala más turística nos estaban preparando una paella de marisco, típica de la isla. Ahora me arrepiento de no haber averiguado más sobre la pequeña cala. Ni siquiera a un nativo sabría decirle exactamente dónde estaba, ni tampoco hicimos fotos. Todo eso lo pensamos cuando, ya por la noche, me acordé del paquete de plástico y lo desenvolví. Podía haber sido una novela, abandonada u olvidada por alguien que quería protegerla de la arena y el agua salada. Pero era un diario personal. Escrito por una mujer, y con dibujos extremadamente buenos que por fuerza tenían que haber sido hechos por un profesional. Es de suponer que el mismo que los firmaba. Estaban arrancados de algún otro libro y metidos entre las páginas con las que se correspondían en el relato.
     Cuando acabó aquel verano, empecé a pasar a mi ordenador el diario, escaneando los dibujos y convirtiéndolo en una transcripción totalmente fiel a las palabras manuscritas.   Lo enseñé a varias personas, y fue viajando de ordenador en ordenador, hasta que pensé que mejor imprimía algunas copias en papel antes de que alguien sin escrúpulos me lo robara para adjudicarse su autoría; hice una copia de seguridad, y la guardé con el manuscrito en un lugar dónde nadie lo encuentre. De todos modos, muchas noches me he encontrado releyendo la historia, y pensando en si los protagonistas están buscando el diario perdido.
     Antes de la primera página, hay un mapa absurdo, dibujado con una perfección que asombra. Es como el mapa de un tesoro, que no se corresponde con ninguna isla conocida del mundo. Me he dejado la vista estudiando los mapas y estoy completamente segura. Es la silueta exacta del hueso llamado escápula, u omóplato. La Isla de Escápula...
      Lo más curioso era cómo a medida que avanzaba la historia, la isla de Mallorca se iba fundiendo y confundiendo con la de Escápula.
     Aún  no sé que pensar,  no sé si es fantasía o realidad, y me remito a la frase que la mujer utilizó como principio de su diario personal. Es una historia de locos.

     

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