viernes, 3 de mayo de 2013

El fantasma de la residencia 6. Fin


     Hubo un suceso que precedió a todos los anteriores, pero lo había postpuesto porque durante todo el relato he intentado hacer una composición del lugar, cosa que no es fácil. Aunque la residencia tenía una simple forma de L invertida, sus dos plantas, sus añadidos y rincones la hacían un laberinto donde era fácil perderse entrando y saliendo. Ya he contado anteriormente, que a través del despacho de dirección se accedía a la Comunidad. En la actualidad, ese despacho es un vestuario, y la escalera original y algunas de las habitaciones de las monjas, las que estaban justo sobre la capilla, han sido reformadas y siguen en pie.     Recuerdo una mañana tranquila, que pasé delante del despacho y entré a saludar a la directora, que estaba embarazada. Me comentó que estaba muerta de frío, que entraba aire por debajo de la puerta que daba a la comunidad, y al que ya he nombrado “Corte Inglés”. Me pidió si podríamos ir a ver de dónde venía esa corriente. Cogimos el manojo de llaves, abrimos, y un viento helado nos dió de lleno. Subimos la empinada escalera. Las paredes tenían papel pintado con rombos, al estilo de los años sesenta. Llegamos a una sala de estar del mismo estilo. Había una mesa camilla, butacas, sofás, porcelanas...y ni una mota de polvo. Le pregunté que quién limpiaba aquello, y me dijo tan asombrada como yo, que no tenía constancia de que nadie fuese a limpiar allí. El frío venía de un pasillo. Las habitaciones de las Hermanas de la Caridad. En seguida comprobamos de dónde provenía el viento.
     Todas, todas las habitaciones tenían abiertas de par en par las persianas y los cristales. Empezamos a cerrar rápidamente, hasta que no quedó ninguna. Entonces curioseamos unos minutos.
     Las habitaciones estaban tan limpias de polvo como el resto de la vivienda.  En cada una, una descascarillada cama de hierro pintado en color crudo, con la mesilla de noche del mismo estilo. Un crucifijo de madera, y un armario de madera vacío con las puertas abiertas para evitar que se acumulara la humedad. Las camas estanan cubiertas por unas colchas anticuadas de color azul, y al levantar el pico de una, vimos que también tenían puestas las sábanas.
     Bajamos de allí apagando luces y casi a la carrera. Yo tenía la sensación de haber entrado sin permiso en la casa de alguien que me estuviera acechando tras alguna puerta. No podía explicarme cómo las monjas habían dejado todos sus muebles y enseres allí. Sólo faltaba la ropa, y no toda, ya que además de las sábanas, en los lavabos había pulcras toallas blancas de secarse las manos, e incluso vi una pastilla de jabón reseco. Como si sólo se hubieran ido de vacaciones y tuvieran pensado volver al cabo de un mes.
     La directora llamó al despacho a la Señorita Rottenmeyer, quién aseguró que ella subía cada cierto tiempo a comprobar que todo estuviera en orden, pero ni limpiaba, ni mandaba limpiar ni hubiese abierto ninguna ventana, y menos en pleno invierno.
     Al comentar el suceso, no faltaron las que dijeron que por las noches, desde nuestro office en el Pabellón B, a veces habían visto como una luz se encendía tras aquellas ventanas, pero que si no te fijabas bien, podías confundirte y creer que las ventanas correspondían a las habitaciones de los residentes del Pabellón A.
     Y así quedó otro misterio sin resolver.
     Este fue el final de la antigua Residencia Municipal de la 3ª Edad de mi ciudad. En el año 2006 fue derribada dejando sólo la capilla, las tres arcadas y el pequeño patio delantero con su hermosa cisterna. Si algún día pasáis por allí podéis verlo. Una cadena impide la entrada desde la calle. Yo siempre pensaré que alguna “fuerza” que habitaba allí se negaba a desaparecer.
     Vosotros podéis pensar lo que queráis. La imaginación es lo único que nos pertenece por completo.


                                                     FIN


                                               EPILOGO

      Por supuesto que he modificado los hechos para proteger identidades. Yo jamás ví a la mujer rubia, fueron otras dos compañeras, con quince años de diferencia. Aunque todo lo que me ocurrió en los momentos previos sí me pasó, a mí y a otras personas. Todo lo demás lo he contado tal como lo viví o como me lo contaron.
     No encontraréis a casi nadie que trabajara allí que quiera confirmar mi historia. Si sois lectores de novelas, si conocéis a Stephen King y su Derry, no necesitáis que os dé más explicaciones. Si Derry existe, es mi ciudad natal. A los que no sepáis de lo que estoy hablando, lo siento, pero no tengo más remedio que remitiros a él. Es una historia sobre la sociedad demasiado larga. Gracias por haber leído mi relato.
     

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