martes, 9 de abril de 2013

La casa de los abuelos 1


 

Perpignan, 1980

     Tenía diez años. Estaba sentada en una butaca del salón, acurrucada con mi mantita en la mano y el pulgar en la boca. Era de noche, muy tarde. Papá y mamá discutían y me habían despertado, así que me levanté y me senté allí para verlo todo más de cerca. Llevaba un buen rato allí cuando papá reparó en mí, aunque yo intentaba hacerme invisible, y me levantó por un brazo:
     -¿Qué coño haces tú aquí? ¡a la cama!
     -¡Deja en paz a la niña!
     -¿Yo?¿yo soy quién debe dejarla en paz? No me jodas, Rose, esta niña hace lo que le viene en gana, y va a acabar tan chalada como tú, y yo ya estoy harto. No puedo más con esto, y si no piensas cambiar, me voy. Ahí os quedáis tú, tu hija y tus locuras.
     -¡No me llames loca, y menos delante de Michelle! No estoy loca, y si eso es lo que piensas de mí, ya te lo he dicho, puedes irte cuando quieras...
     Papá se dejó caer en la butaca donde yo había estado momentos antes. Yo estaba mirándolos a los dos, de pie. Papá me miró. Recuerdo que tenía los ojos enrojecidos, pero no lloraba. Me alargó la mano y me acercó a él.
     -Michelle. Papá va a irse. Tú no quieres que sigamos despertándote con nuestras peleas, ¿a que no?- Yo negué con la cabeza. -Quiero que me prometas una cosa, que vas a dejar de chuparte el dedo. Eres muy mayor para eso.- A eso no respondí de ninguna manera. Entonces me cogió la mano, y me llevó a mi cama. Recuerdo que me besó en la frente, y me dijo que no volverían a despertarme nunca más con gritos. Me dijo que debía cuidar siempre de mamá, y que recordara siempre que me quería mucho. Entonces se puso en pie, salió y cerró la puerta. Oí un rato más como discutían, aunque ahora ya no gritaban tanto, y me quedé dormida. No volví a saber de mi padre hasta hace cinco años.
     Tras el divorcio de mis padres, el hogar en el que yo había nacido desapareció para siempre. Lo vendieron y se repartieron el dinero. Mamá y yo nos fuimos a vivir a la vieja casa de los abuelos, una antigua finca de tres plantas; la planta baja era un estanco que fue su medio de vida hasta la muerte de los dos, y sobre él se encontraba la vivienda, tantos años cerrada y que ahora iba a ser nuestro hogar.
     Siempre recordaré cómo temblaba mamá el día que aparcamos el coche frente al estanco, el sudor de su mano en la mía. Creí que entraríamos en el local a saludar a los inquilinos, porque eran muy simpáticos y cada vez que acompañaba a mamá a cobrar el alquiler me regalaban un palito de regaliz, pero mamá se paró en la puerta de acceso al piso, y empezó a rebuscar entre sus llaves. Cuando finalmente encontró la que buscaba, Christine, la estanquera, salió a la puerta con una gran sonrisa y un palito de regaliz. Me dió un beso y, como hacía siempre, me acarició el pelo, que me llegaba a la cintura. Recuerdo que aquél día llevaba un lazo negro en él, y un vestidito rojo y negro. Recuerdo aquél día como si fuera ayer. Luego habló con mamá:
     - Buenos días, Rose, ¿cómo estáis? ¿Os encontráis bien las dos?
     -Perfectamente, Christine, muchas gracias. ¿Has subido a ver cómo ha quedado?
     -Si, ayer antes de irse las dos mujeres de la limpieza, subí a repasarlo, no quería pagarles sin ver el resultado.Rose, de todos modos, vas a tener que llamar a algún servicio de mantenimiento. Hay muchas cosas en la vivienda que parece que no funcionan bien.
     -¿Por qué no subes con nosotras, tomamos un café y me haces una lista?
     -¡No!...no...tengo tiempo, muchas gracias, mi marido iba a salir ahora a hacer unos recados y tengo que quedarme aquí. Sólo es que parece ser que los cables de la luz deben tener humedad, son viejos; las bombillas se encienden y se apagan, y las mujeres se ponían nerviosas. También hacen ruido las cañerías del agua y la calefacción. Por cierto, la dejé encendida para que encontráseis el piso caldeado.
     -Muchas gracias por todo, Christine. No tenías por qué haberte molestado tanto. En cuanto descanse un poco bajaré a pasar cuentas por las mujeres de la limpieza.
     -Rose, de todos modos, es un piso tan viejo... yo, no sé, creo que en cuanto puedas deberías buscar algo más acogedor para las dos.
     -Ya veremos. Por ahora, es lo único que tengo. Quizás con un poco de arreglos y muebles nuevos consigamos que parezca otra cosa.
     Mamá miró en su mano la llave que tenía. La metió en la cerradura, y me empujó suavemente escaleras arriba. Christine nos miraba desde la acera, apretándose una mano con la otra y la cara muy seria. Al ver que yo la miraba, las levantó y me tiró un beso.

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